Actuamos muy rápido y debido a esto apenas nos damos cuenta de lo que hacemos y de cómo hacemos sentir a los demás con nuestra forma de actuar. Sentimos una amenaza y actuamos, sentimos que algo que hemos calificado como no-bueno nos molesta y actuamos. Del mismo modo, nos apegamos a lo que conceptualizamos como bueno.
Lo ilustro con una pequeña anécdota.
Entramos en verano, hace calor y nuestro ojo percibe un insecto que revoloteando se posa en nuestro brazo. Nuestro brazo percibe una punzada, la sensación de punzada genera una emoción de desagrado y esta da lugar a un pensamiento de rechazo inmediato de esta punzada. Posiblemente nuestro pensamiento encontró otro pensamiento-memoria que le comunico como el año pasado se le hinchó el brazo por una picadura de mosquito. Nuestra mente procesa y ordena a la mano la acción de aplastar el insecto.
Levantamos la mano y vemos que aquello que habíamos conceptualizado como mosquito es en realidad una bella mariposa.
No nos hemos dado tiempo a mirar bien que insecto era. La amenaza de volver a pasar por el dolor del pasado ejerce demasiada fuerza. La emoción que suscitan las experiencias pasadas nos persiguen.
La fuerza de la emoción nubla la Realidad que tenemos enfrente